Tres décadas después, mientras terminaba
una fiesta de treinta y seis horas soportada a punta de vodka,
anfetaminas y coca, Charlie Sheen se encontró a Chuck Lorre, el creador
de Two and a half men la serie cómica más vista en los Estados
Unidos y por la cual el actor cobraba dos millones de dólares por
capítulo. Sheen lo espetó diciéndole que no tenía talento y que, gracias
a él, su programa se había convertido en algo importante porque, en el
papel, la serie era “Sólo mierda”. Lorre recordó los días en que Sheen
se arrastraba por el set, las fianzas que él pagó de su propio bolsillo
para sacarlo de la cárcel las veces que era sorprendido esnifando polvo
blanco, teniendo sexo casual con una prostituta en la improbable
intimidad de su auto, o atacando a la gente, en ataques repentinos de
locura, con chuchillos de cocina y sin dudarlo lo echó de su show.
Charlie se quedaba sin empleo y para celebrarlo llamó a su harén de
actrices porno, llenó una bañera con vodka, su bebida favorita, y rumbeó
hasta que un colchón en llamas salió despedido por la ventana del hotel
donde se hospedaba.
Desde que nació, el 3 de septiembre de
1965, ha coqueteado con la muerte. El cordón umbilical de su madre se le
enredó en el cuello en el momento del parto y estuvo a punto de
asfixiarse. El médico, después de haberlo sacado vivo, fue honrado
bautizando con su nombre al pequeño: Charles Irwin. A los 15 vivía una
adolescencia llena de lujos en Malibú. Era un pitcher destacado y, con
los gamberros de la zona, encabezados por Sean Penn y Rob Lowe, formaron
una pandilla a la que llamaban el Brat Pack. La consigna del
combo era sencilla: acostarse con todas las chicas disponibles,
atiborrarse de drogas, vivir rápido y dejar un cadáver hermoso. A los
dos años el único que quedaba en la pandilla era Sheen. Martin,
preocupado por su hijo, le compró un BMW en su cumpleaños número 16. Al
poco tiempo la policía encontró el auto en una cuneta. Adentro, con
rastros de vómito en la camisa, un porro apagado blandiendo de una mano y
un puñal con mango de marfil amarrado en su tobillo, estaba Charlie.
Sin saber qué hacer con su hijo y
sintiéndose culpable por la educación que le había dado, Martin movió
sus contactos y le consiguió dos papeles secundarios en películas
menores. No se esperaba mucho de él en el cine hasta que Oliver Stone lo
escogió como protagonista en Platoon, la gran ganadora en los Oscar de 1987. Un año después el mismo director lo llama para protagonizar Wall Street
y Sheen pasaría a ser la estrella más rutilante en el cielo de
Hollywood. La celebración de estos dos éxitos consecutivos fue
estruendosa. Su mansión en Los Ángeles estaba poblada día y noche con
las actrices porno del momento. En esas fiestas se hizo novio de Gynger
Lynn, emblema del cine rojo de finales de los ochenta. Buena parte de
las cinco mil mujeres con las que presume haber estado pasaron por esa
mansión.
En la resaca perpetua en la que se había sumergido, Charlie olvidó ir a las pruebas de Nacido el cuatro de julio
película que Oliver Stone había escrito para él. Lo reemplazó a última
hora Tom Cruise y desde ese momento empezó el espiral descendente para
Sheen. Decidió dedicarse a la comedia en películas tan olvidables como Scary Movie. Se
empeñó en coleccionar armas de fuego, afición que lo volvería a poner
en la primera plana de los periódicos. Kelly Preston, su esposa de esa
época, encontró los pantalones de su marido tirados en el suelo del
baño, los recogió y del bolsillo salió una pistola que, al caer al
suelo, disparó una bala que daría contra el inodoro. Una esquirla de
porcelana se incrustaría en su brazo. Lo que los periódicos dijeron fue
que Charlie le había pegado un tiro a su esposa. 250 mil dólares tuvo
que pagarle a Preston por dejar sus pantalones tirados en cualquier
parte.
En 1998, sumergido en una orgía
inacabable, Sheen volvió a coquetear con la muerte. Una fiesta de dos
semanas terminaría con una sobredosis de cocaína. Otra vez la
rehabilitación, las culpas, y, por supuesto, las orgías con su parche
favorito: las actrices porno.
Los primeros rumores sobre su
enfermedad las dio la actriz porno Scottine Ross hace cinco años cuando,
al entrar al baño del actor, encontró antiretrovirales que sólo servían
para una cosa: retrasar los efectos del virus del SIDA.
Durante una década, encarnando a Charlie
Harper, Sheen volvió a los niveles de popularidad que tuvo a finales de
los ochenta. La gente amaba su desenfreno, su culto al sexo y a las
drogas duras. Su imagen se asociaba a la de Sinatra, a la de Keith
Richards. Era el sexópata alcoholizado y exitoso que todos los hombres
sueñan ser. Con la confesión que es portador del VIH desde hace cuatro
años, Sheen, lejos de enterrar su espada, ha dicho que puede controlar a
su antojo y que la fiesta continuará hasta que se apaguen las luces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario